La fila de quince nuevos reos para Marion se colocan con la espalda contra el paredón del vestíbulo que da a las escaleras de la zona administrativa. John reconoce a William de inmediato, no es escuálido como creyó al verlo en las fotos, pero tiene el aura de un nerd comelibros arrastrado a hacer fila junto al equipo de rugby profesional de la universidad.
La maltratada y sucia pintura hace que el pobre luzca unas ojeras verdosas y enfermizas. Además, quizá por los nervios, no deja de hablar con el funcionario más cercano.
Una mala elección considerando la irritabilidad de su compañero Stan y que William parece del tipo insistente.
Se acerca porque John recién se da cuenta del trabajo que va a implicar cuidar el juguete nuevo de su jefe.
—¡Quítate! —amenaza Stan, al que ya han colmado su paciencia, con la cachiporra en alto. Will apenas se encoje, sigue balbuceando palabras ininteligibles. John detiene el exabrupto tomando de la muñeca a su compañero.
—Hey, este es mío —indica con la voz fría.
Stan se suelta violento, se ríe de él.
—Yo que tú tendría cuidado, capaz que este chico te quiere quitar tu título de su puta preferida. No deja de preguntar por el alcaide.
El resto de guardias e incluso algunos reos comienzan a reírse. El rostro de John no cambia ni un poco. De pronto escucha a su jefe hablar y todos callan abruptamente.
Taylor baja las escaleras con su habitual cantaleta, que él llama «Discurso de bienvenida» y que John está más que harto de escuchar, siempre lo hace exactamente igual, practicado al milímetro. Ya lo ignora en automático y por ello se da cuenta de que William, ahora el número MAR1137, mira al alcaide como si hubiera encontrado a Dios… o a un demonio.
Y eso es suficiente para entender que el director no le dijo la verdad. El muchacho no se trata de un desconocido.
—Tenemos un área de TV donde se fundirán las neuronas que les quedan activas, una capilla donde pueden ir a fingir que se arrepienten de sus pecados —continúa el alcaide—, un comedor con los mejores chef de la región y una serie de talleres a los que están obligados a asistir.
Cuando Taylor pasa al lado del treinta y siete, este lo toma de la manga. John contiene la respiración. La mirada que le dirige al director solo puede leerse como «esperanza», todo lo contrario a lo que, para el resto de la fila, debe de significar encontrarse con la máxima autoridad en el penal.
—Robert —articula pastosamente.
John no está lo suficientemente cerca como para escuchar la respuesta, solo ve cómo Robert se suelta y va a desaparecer corredor adelante. Su poderosa presencia concentra todas las miradas de manera que los desconchones de las paredes pasan inadvertidos, igual que las manchas de humedad y los cercos de sangre antigua, mal limpiada, que salpican el suelo. En breve torcerá por el pasillo de la izquierda. No va a ningún sitio, solo es una salida habilitada únicamente para los guardias. A los recién llegados les sobrecoge el ruido que hacen esas puertas al cerrarse y Taylor lo aprovecha cada vez. En esta ocasión, el director no alcanza la esquina.
—Qué es mi culpa…
Los hombres en la fila se miran unos a otros, algunos desconcertados y otros con una mueca de animadversión. Los funcionarios a los costados de John fruncen sus ceños y se preguntan qué está pasando. Él tampoco sabe qué hacer.
—¿Qué es mi culpa? —pregunta Will rompiendo la fila en un intento de ir detrás del alcaide.
«Detente… date cuenta donde estás… » piensa John.
Pero se trata de un chico desesperado que vuelve a cogerlo de la manga y esta vez su exigencia resulta palpable en la forma en que lo jala reclamando su atención. Puede que por una fracción de segundo, Venus vea un temblor en las manos del director.
John y Stan siguen el protocolo y lo retiran por la fuerza. Los demás presos jadean y hasta se ríen. El chico no cede, así que Venus echa su peso encima de él y lo tira de cara al suelo, la mejilla del muchacho se pega a la sangre vieja del concreto. Le encaja la rodilla entre los omóplatos y Will suelta un chillido de dolor. Taylor se aleja con total indiferencia.
John se inclina detrás de su nuca y susurra con una voz rasposa:
—Por tu bien, cállate.
La historia continúa en “Prisioneros” un ebook de Boys Love con 2 historias de romance en una prisión.