Will & Taylor | Capítulo 2
En esta escena Robert habla con Venus, protagonista de la primera parte, y el personaje que menos entiende las motivaciones de un tipo cruel como su jefe.
II | Resistencias pt1
—Pirómano, veintitrés años, acusado de incendio provocado y dos homicidios involuntarios. Condena de treinta años. —John suelta una risita incrédula cuando lo lee— ¿Qué necesita que haga con esta información, director?
Mira por encima del filo de la carpeta. Su jefe sube los pies al escritorio, sus zapatos negros y bien lustrados no parecen manchar la mesa, su cuerpo se inclina hacia atrás mientras juguetea con una pluma que requiere toda su atención. Aunque Robert Taylor suele mostrarse histriónico y seguro frente a los reos, esta vez John lo encuentra usando sus lentes de sol en el interior de la oficina lo que le produce un mal presentimiento. Desde que es una de las mulas de Taylor, que le llame a su despacho le revuelve las vísceras y verle a los ojos empeora el malestar. Aunque son cafés, hay en ellos un brillo gélido de perpetuo desdén difícil de soportar.
—No te queda el papel de ingenuo, John. Mira la puta foto y dime tú qué quiero.
John obedece. La foto del expediente pertenece a un tal William Haddaway. Pese a las marcadas ojeras y la mirada muerta, su cabello castaño en bucles y sus facciones redondeadas le dan un halo de juventud que John reconoce de tiempos mejores. Un aspecto crédulo que lo asemeja a un cordero de sacrificio dentro de la Nueva Alcatraz.
—Llegó esta mañana en el autobús de ingresos, un chico bonito, no va a durar mucho. Lo harán pedazos… espere, ¿Me está pidiendo que lo cuide?
Taylor lanza la pluma, juguetón, hacia un pequeño lapicero colocado encima de uno de los tres archiveros en la pared lateral. Da un aplauso seco al encestar.
—Felicidades, aunque te revuelcas con el cuarenta y nueve, no eres tan imbécil. Mis intereses ya los conoces, necesito que le eches un ojo mientras tanto.
John aspira, enarca sus cejas. Revisa el expediente por detrás y por delante. El chico parece demasiado ordinario.
—No pongas esa cara de consternación, Venus. Sabes que me gustan los hombres de buen ver —dice acompañando el gesto de una sonrisita ladina—. ¿O creías que eras especial?
John traga duro, la garganta se le ha resecado. Cada vez que pisa la oficina se siente como si descendiera solo un poco más a los infiernos, como si el director fuese a empujar cada una de sus resistencias hasta convertirlo en lo peor.
Su interés en los presos se había limitado a llenarlos de droga ¿Ahora también quiere usarlos como juguetes sexuales? No tiene sentido, si cuando se enteró de su relación con Daniel O’Brien le soltó un: «Culos como el tuyo pierden valor cuando son usados por escoria criminal».
Su cara debe reflejar su consternación porque Taylor ahoga un graznido burlesco, toma otro bolígrafo del cajón de su escritorio y se pone a perforar uno de sus papeles repetidas veces. John no está seguro de si lo hace con furia o por diversión. La sonrisa del director es pura fachada, puro énfasis para sus crueldades.
—¿Te comió la lengua el gato? No te preocupes, querida Venus, tu lugar en mi corazón está asegurado.
John se muerde los labios, mantiene la posición de firmes, recto como una flecha. Tenso también. Odia a este hombre con todas sus fuerzas, pero es incapaz de sostenerle la mirada, desvía la atención al mapa detrás de su cabeza donde se marcan con unas flechas las cárceles del sistema penitenciario. John se pregunta cuántas de ellas tendrán por alcaide a un tipo como este, un simple vendedor de droga pero con traje.
Robert por fin levanta el rostro. John no puede ver si sus ojos destilan burla o ira por culpa de esos malditos lentes negros. Ridículo. Todo Robert Taylor lo es con ese traje de tres piezas y zapatos pulcros con los que adora pisar a todo aquél que pase por su prisión. Pero hoy está distinto, hay algo en sus movimientos constantes, en la forma en que su sonrisa se tensa que transmiten algo que John asocia a la desesperación. Y no le gusta. Hombres de su tipo, desesperados, pueden ser demasiado imprevisibles y peligrosos.
El silencio le oprime las costillas.
—Me agradas, John —responde luego de un rato y se pone en pie. Gira la estilográfica sobre la mesa como las hélices de un helicóptero. —No había conocido a alguien tan imbécil como para volverse la puta de un reo condenado a cadena perpetua. ¿Sí sabes que lo que lo trajo aquí fue defender el honor de su noviecita?
John aspira, se acerca para dejar la carpeta en el escritorio, ve en el reflejo de los lentes sus ojos verdes llenos de ira sofocada.
—Lo sé. Sé que mató a un violador.
A Taylor no le intimida su tono violento, ni que John le saque una cabeza de altura y esté acostumbrado a lidiar con criminales de alto perfil. El alcaide se cruza de brazos y se recarga en su escritorio, a un par de pasos de John.
—¿Es así como justificas tu insano apego? Daniel asesinó a uno de sus compañeros, no importa qué tanto intentes olvidar ese hecho.
—No se preocupe, lo tengo presente.
John no quiere mirarlo, se fija en el reloj de pared que parece no haber sido limpiado en meses, deseando que los minutos pasen rápido y todo esto termine.
Taylor disfruta hacer gala de su poder.
—Maravilloso. Precisamente por eso eres el ideal para este trabajo. El dinero puede comprar cualquier lealtad, pero Venus, querida, lo que más te importa en el mundo está en mis manos.
—¿Me está amenazando?
—Me gustaría más llamarlo una oferta laboral.
Un sudor frío baja por su espalda cuando Taylor se quita los lentes y le sonríe con descaro. Las arrugas marcadas de sus ojos delatan que ya roza los cuarenta años, aunque su rostro lampiño y el cabello negro lacio y bien peinado le resten años a su aspecto.
—¿Y cuál es mi precio esta vez? —masculla entre dientes.
—Te haré un favor y trasladaré al cuarenta y nueve a una celda solitaria en tu área. —John siente que un rubor tiñe su sensible piel clara. No ha tocado a Ares en muchos días… reconoce lo soñador y estúpido de su deseo, pero aun así no consigue rechazarlo y Taylor lo sabe porque ordena: —Retírate.
Venus abre la boca, quiere pedirle una cosa más. Aspira con fuerza y sostiene la mirada del director: «Si vas a convertir al chico en tu nuevo juguete, espero que tengas la mínima decencia humana de dejar de llamarme a tu despacho». Robert levanta una ceja, esperando. John al final no dice nada.
Taylor se carcajea tan fuerte que echa la cabeza para atrás.
—Me encanta ese semblante abatido, Venus. Callado estás mejor.
La ira le sube como ácido por la faringe.
John, debería negarse a los caprichos de ese hombre. A sus vilezas. Pero es solo otro pobre diablo dentro de esta cárcel, igual al resto de prisioneros y Taylor su maldito amo y señor. Si necesita sacrificar a un desconocido, va a hacerlo.
—No abuses de mi confianza, John. —Robert le da la espalda—. Si algo le sucede a William Haddaway, verás al cuarenta y nueve pagar por tus errores. Y créeme, aún no me conoces cruel. ¿Queda claro?
John se traga un improperio. Lo sabe capaz de lastimar a Ares solo por diversión ¿Qué no haría por venganza?
—Sí, director Taylor.
Mira que tengo yo debilidad por Taylor. Soy claramente una enferma :D